sábado, 30 de agosto de 2008

Se me murió

Mercedes Martín Alfaya
(Finalista Certamen Alcobendas 2008)

Se me cayó la luna al alba,
se me escapó,
se derramó,
se me clavó en el alma.
Se me murió sin esperanza
como los sueñossobre la escarcha.
Que siga el Universo con su juego
y los cometas con su danza,
que yo me llevaré mi luna muerta
a enterrarla bajo el agua.

Doctor Lunch

Mercedes Martín Alfaya (Finalista Certamen Terror El niño del cuadro 2008)

Como cada día, el doctor Máximo Lunch vuelve a casa a eso de las nueve. Llega cansado por el exceso de trabajo que se acumula en las aldeas vecinas.
Al oírle entrar, Úrsula se precipita a explicarle...
—Doctor. Ha ocurrido algo. La sirvienta de los Morgan estuvo aquí, esperándole. No quería dejar sola a la señora, por eso se fue. La encontré muy alterada. Le dejó esta nota:

“Doctor Lunch, le he buscado en las aldeas durante todo el día. Tiene que venir a la casa lo antes posible. La señora le necesita. Está desesperada.
Atentamente:
Rosaura Delgado”

A Úrsula no le cae bien la señora Morgan, aunque no podría precisar por qué; quizás sea su mirada fría, diagonal, como de reptil, o esa risa de cascabel emplastecido; tal vez, la forma en que se acaricia el pelo cuando se acerca al doctor... Esa mujer tiene algo que no acaba de agradar a Úrsula. Además, está el hecho más conocido y criticado: ¿qué se puede esperar de una lagarta de treinta años casada con un viejo de casi ochenta? Ahora, piensa ¿qué ha podido ocurrir para enviar a la chica con esa precipitación? Siempre que la señora Morgan aparece por la casa es para embaucar al doctor; quizás ésta sea otra de sus estrategias... Úrsula se santigua tras el ventanal mientras observa cómo el coche de Máximo se pierde a toda prisa en la oscuridad.
El doctor Lunch conoce bien el camino, sin embargo, uno de sus faros no funciona y ha tardado más de tres cuartos de hora en llegar a la mansión de los Morgan. Rosaura, la sirvienta, ha salido a recibirle:
—Fue el medicamento, doctor —advierte la mujer mientras intenta seguir al hombre en su precipitación.
—¿Dónde está la señora? -Máximo parece perdido en la casa.
—Arriba, señor. En el dormitorio. Es horrible.
La señora Morgan yace en la cama, recostada hacia el lado izquierdo, el opuesto a la puerta. Su marido la abraza por la espalda como un calamar sobre su presa. La señora Morgan presiente que el doctor ya está allí y, aunque no puede volverse, le habla desde su estática posición:
—¿Por qué has tardado tanto, Max?
El doctor Lunch se aproxima al lecho, con cautela, intentando tranquilizar a la mujer.
—Lo siento, Berta. No te muevas, por favor.
Resulta espeluznante la forma en que el viejo aprisiona a su esposa, como si quisiera llevársela al otro mundo.
—Rigidez mortis —apunta él con la certeza que le confieren sus conocimientos y su profesión.
—¡Tienes que ayudarme!
—La rigidez cadavérica suele desaparecer a las 48 horas —apunta el doctor intentando inspeccionar los ojos del muerto.
—Había tomado mucho alcohol —prosigue ella desesperada y llorosa-, le inyecté la medicación como acordamos y dejé que me abrazara para tranquilizarle. Me desperté con sus asquerosos brazos encima. ¡Haz algo! ¡Por el amor de Dios!
El doctor busca una linterna en su maletín, ante los horrorizados ojos de la chica confinada en el rincón.
—Podría tratarse de espasmo cadavérico, en cuyo caso no existe fase de relajación muscular.
—Y eso ¿qué significa? -pregunta Berta aterrada.
El doctor Lunch pide ayuda a la muchacha para inspeccionar la fosa iliaca derecha del fallecido. Tiene las piernas encogidas y resulta difícil el acceso. Si encuentra signos de mancha verde podrá calcular el tiempo del que dispone antes de la emanación de gases.
Ahora, en el dormitorio reina un silencio expectante.
—Berta -añade el doctor solemne-, ha comenzado la fase de putrefacción.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que el cadáver empieza a hincharse y no queda otro remedio que amputarle los brazos o terminará asfixiándote.
El doctor se precipita al sótano de la casa. Necesita una sierra enseguida. En el camino piensa que lo mejor es llamar a la policía y que ellos se encarguen de todo. Aunque, ahora él tampoco se fía de la mujer. Si le duplicó la dosis saldrá en los análisis y se investigará la muerte por homicidio. Podría verse implicado. De todas formas, aunque consiga desprender el cuerpo, ¿qué ocurrirá después?, ¿qué hacer con el cadáver? La mente de Lunch empieza a desvariar.
La bombilla no enciende, suerte que lleva una pequeña linterna en el bolsillo. Acaba de encontrar la hoja de acero dentada y cuando se dispone a subir la escalera una especie de mancha viscosa y azulada se ha filtrado por debajo de la puerta. El doctor Lunch cree ser presa de una ensoñación. Un grito procedente del piso superior estremece su cuerpo. La mancha viscosa ha desaparecido. El doctor Lunch atraviesa el pasillo y observa que los candelabros están encendidos. En el reloj de péndulo acaban de dar las doce. Asciende la escalera pisando cada peldaño como si fuera a romperse y al llegar a la puerta del dormitorio de los Morgan se detiene. Esconde la sierra en la espalda y atraviesa el umbral como si temiera despertar a un niño. La luz del candelabro de la mesilla arroja una mutilada sombra sobre la pared. La chica de los Morgan no está en el cuarto. El doctor Lunch se acerca a la cama con cautela:
-¿Berta?- La llama casi en un susurro antes de descubrir que de la boca del viejo ha comenzado a brotar ese líquido azulado como una serpiente viscosa.

Cuando el doctor Lunch consigue abrir los ojos, una baba amarga le empapa el cuello y la barbilla. No puede moverse. Sobre el pecho unos brazos de mujer se adhieren a él como ventosas. Ahora lo recuerda. Úrsula le preparó un brebaje nuevo la noche anterior, un líquido azulado traído de su último viaje a China. Todo ha sido un sueño hecho realidad, sólo que ahora nadie podrá bajar al sótano a por una sierra con la que desprender de su cuerpo los tentáculos que hilvanó la muerte para cumplir el deseo de una mujer despechada.

Nada

Juan Manuel Rodríguez de Sousa
(Finalista Certamen Alcobendas 2008)
Un microrrelato y con alguna referencia a las estrellas; no se me ocurre nada. Es difícil, la contaminación lumínica es un potente adelgazante de soles lejanos. Increíble el ser humano, uno se siente tan pequeño, pero entre todos… ¡Me siento hasta más importante! Pero también me siento en mi sofá sustancial y usado, que se hunde con la inercia de mi enorme peso. Resuelvo encender la caja tonta y la publicidad me golpea sin control ni moral. Encuentro la solución a mis graves problemas: la depresión, la obesidad, la escasez de capital, el desamor; todo ello remediado con eficaces Antidepresivos, Adelgazantes Milagrosos, Préstamos al 0%... Lo tengo decidido, nada de trabajar, nada de locos psicólogos, nada de endocrinos, nada de amigos. Nada.