miércoles, 31 de diciembre de 2008

Cuentos del Desván






Este es el libro que algunos alumnos del taller editaron a finales de 2008 para regalarselo al "profe" en las fiestas navideñas.




En él incluyeron sus dedicatorias y relatos:








Clara García Baños
Dorotea Fulde Benke
Enrique Sánchez Elvira
Felisa Moreno Ortega
Jesús Muñiz González
Juan Manuel Rodríguez de Sousa
Lola Buendía López
Maribel Pont
Mercedes Martín Alfaya
Paola del Campo
Teresa Cameselle
Ysabel González Maroto

martes, 30 de diciembre de 2008

Libertad de Unión






Libertad de Unión

Paco Piquer


(Seleccionado y Publicado en El País Semanal verano 2008)





Un pastor se encuentra con un lobo.

-Tópica situación. La historia se repite -convinieron ambos.

-Deberíamos buscar un arreglo -propuso el lobo.

El pastor estuvo de acuerdo, y días después se inscribían en el registro de parejas de hecho.

Trescientos veintisiete testigos balaron de alegría

El ardor en la sangre

Felisa Moreno Ortega
(Primer Premio Certamen Mujeres Creadoras del Ayuntamiento de Baena 2008)

¿Te vas a llevar alguno?
- No, no, solo miraba -Salvadora, azorada-, cóbrame el Marca.
Aniceto observó cómo abandonaba la librería; todos los días igual, cogía el periódico deportivo, ojeaba algunos libros del expositor para luego dejarlos allí. Pagaba el importe justo del Marca y se deslizaba sobre sus zapatos de tacón bajo hacia la puerta. Salvadora no era ninguna belleza, su cara anodina y limpia de maquillaje pasaría inadvertida ante cualquiera. Las formas de su cuerpo permanecían escondidas bajo una ropa amplia, asexuada: camisetas de algodón, vaqueros anchos, blusas sueltas. Madre de dos hijos, ya mayorcitos, los dos varones a veces venían con ella a la papelería y correteaban entre los estantes provocando la ira de su progenitora. Se la veía cansada, cansada de regañarles y de luchar para que se portaran bien, pero a los diez y trece años la energía rebosa del cuerpo y se desborda en forma de travesuras y correrías.

No era atractiva, pero a Aniceto le llamaba la atención su forma de mirar los libros, de tocarlos, de pasar las hojas, de detenerse en alguna página y leer unos párrafos. Veía cómo le llameaban los ojos, cómo se le encendía el semblante; a veces pasaban largos minutos hasta que algún ruido la sacaba de su ensimismamiento y cerraba el libro con pesar. Para el librero constituía una incógnita por qué nunca compraba ninguno. Conocía a la familia, no eran ricos pero tampoco pasaban necesidades; su marido, maestro albañil, trabajaba todo el año, que ya era mucho decir en un pueblo como aquel en que se dependía tanto de la campaña de la aceituna o de la temporada de los dulces navideños, en la que de septiembre a diciembre también se empleaba Salvadora, más de una vez la había visto con el gorrito y la bata blanca y aquella cara de cansancio que nunca la abandonaba. Aniceto cerró la tienda y caminó despacio hasta su casa, quizá antes se pasara por el bar de Patricio, le gustaban las tapas y la compañía, siempre había alguien con quien hablar, eso es lo bueno y lo malo de los pueblos, el conocerse todo el mundo. De él dirían que era un viejo solterón; un extraño caso al no carecer de posibles y nunca fue feo —ni siquiera ahora con más de sesenta años sobre su espalda, aún conservaba su aire distinguido y culto, por el que suspiró más de una muchacha—. A él no lo preocupaban estos comentarios, se encontraba a gusto con su vida, con su soledad escogida. Su única compañía, los libros, sus más fieles amigos.

Salvadora llegó a su casa acalorada, se había entretenido de más en la librería y ahora le tocaba correr para preparar la comida, su marido apenas disponía de una hora para almorzar y los niños llegarían enseguida del colegio, peleándose y armando bulla como siempre. Cómo le hubiera gustado tener una niña, sensible y callada como ella, que pasara las tardes inventado historias, jugando a ser escritora u organizando un teatro con sus muñecas. Pero no, tenía aquellos salvajes que destrozaban todo cuanto encontraban a su paso, comenzando por los libros que ella les compró con tanto interés cuando eran más pequeños para iniciarlos en el goce de la lectura. Pero mejor no ahondar en la herida.

Aniceto pensó toda la tarde en Salvadora, sin duda aquella mujer tenía el virus de la lectura, infectada hasta el tuétano de esa pasión por la letra impresa. Él sabía reconocerlo, no en vano se había criado entre libros y lo padecía desde muy pequeño; la librería la heredó de su abuelo y de un vistazo distinguía a los que padecían su mismo mal, los observaba en su negocio, ojeando los ejemplares sin decidirse, sintiéndose mal por elegir a uno y despreciar a los demás; a veces los veía marcharse sin nada, pero sabía que volverían pronto y se llevarían dos o tres. Veía la avaricia en sus ojos, ansiosos de devorar las letras impresas que les rodeaban. ¿Por qué no Salvadora?, ¿qué le impedía comprar aquellos ejemplares que acariciaba cada día?, ¿por qué se conformaba con un periodicucho deportivo? Estaba decidido a dar un paso, a preguntarle el motivo de su actitud, en los pueblos no es tan extraña esa curiosidad, esa invasión de la intimidad de los demás.

Salvadora entró a la librería, como siempre cogió el Marca y con el periódico bajo el brazo se fue a toquetear los libros. Sus manos pequeñas, de dedos finos, abrazaban el lomo, mientras sus ojos miel acariciaban la contraportada. Uno tras otro los fue revisando, deteniéndose un poco más en las novedades. Hoy venía con tiempo, así que se fue al rincón de lo viejo, donde reposaban ediciones antiguas, muchos eran de segunda mano, le atraía aquel olor ennegrecido por el paso de los años.

Ya se marchaba después de pagar el periódico cuando Aniceto la llamó; había estado dudando hasta el último momento, pero al fin se decidió, no a preguntarle por sus motivos sino a regalarle un libro.
- Tome, es para usted ¾dijo con una sonrisa amable.
- ¿Para mí?, ¿por qué? ¾preguntó Salvadora, extrañada.
- Por ser una buena cliente, todos los días viene por aquí y me apetecía hacerle un regalo.
- No puedo aceptarlo.
- Claro que puede, es una promoción que estoy haciendo con mis mejores clientes; además es muy cortito, seguro que sacará tiempo para leerlo.

Salvadora se fue con el libro en las manos. Miró el título, El ardor en la sangre. La autora tenía un apellido ruso, difícil de pronunciar; atrajo su atención que se llamara Irene, el nombre que le habría puesto a la niña que nunca tuvo. Suspiró cansada y pensó que lo mejor sería que Paco no lo viera, quizás no se creyera que se trataba de un regalo y no le apetecía que le montara otra escena. Últimamente las peleas se sucedían, bebía demasiada cerveza y no encontraba forma de hablar con él sin acabar discutiendo.

Cuando se quedó sola abrió el libro, su marido estaba en el tajo y sus hijos acababan de marcharse a clases extraescolares de inglés. Lo leyó de un tirón y al terminarlo notó en la boca un sabor agridulce, le había gustado tanto que le dolió que fuera tan corto, que se acabara así, devolviéndola a la realidad en poco más de un par de horas. Reflexionó sobre el argumento: un hombre mayor que después de una vida intensa decide recluirse en su pueblo natal, un pueblo donde los secretos son a voces, donde la hipocresía rige los comportamientos, pero donde late la sangre con un ardor que todo lo trastoca. A Salvadora también le hervía la sangre, ¿por qué tenía que renunciar a lecturas como aquellas?, ¿por qué debía aparentar una felicidad que no sentía? Paco no era consciente del daño que le infligía, no notaba cómo se apagaba la luz de sus ojos, no veía cómo perdía la ilusión por vivir, no percibía el eterno cansancio que se adueñaba de su cuerpo nada más levantarse para empezar una nueva jornada sin ilusión alguna.

Guardó la novela cuidadosamente entre sus libros viejos, con la intención de releerlo al día siguiente. Sus colores brillantes destacaban mucho, así que lo escondió bajo El Quijote, obra que se conocía casi de memoria, tantas veces lo había leído.
¾¿Te ha gustado el librito de Nemirovsky?
Salvadora asintió con la cabeza y le ofreció una cálida sonrisa en agradecimiento. Como cada día, husmeó entre los libros; pero hoy se decidió a coger uno y acercarse con él al mostrador. El librero, emocionado, le cobró el importe; sabía que algo había cambiado, que de alguna forma la mujer empezaba a atravesar ciertos límites, tal vez autoimpuestos. Sabía que aquel libro no la dejaría indiferente, que despertaría sus ganas de leer. Era uno de sus favoritos, a veces se sentía identificado con su protagonista, un observador pasivo de la realidad.

La escena se repitió durante varias semanas, Salvadora además del Marca se llevaba a casa un librito cada día, solía escogerlos de ediciones baratas de bolsillo, pero los miraba como si fueran grandes joyas de edición cuidada. De vez en cuando Aniceto le regalaba algún ejemplar especial que ella aceptaba con cierta reserva, reparo que iba disminuyendo conforme aumentaba su amistad. A menudo charlaban sobre los libros, hasta que ella salía corriendo para tener a tiempo la comida.

Un día, al llegar Salvadora a casa vio las botas a de su marido en la entrada. No lo encontró en el comedor con la cerveza y tuvo un mal presentimiento; subió por las escaleras y aparecieron desparramados por el suelo los libros que había adquirido durante un mes y que ocultaba en su baúl.
-¿Qué esto, Salvi? -preguntó su marido, congestionado- ¿es que has olvidado las reglas, has olvidado lo que te dije aquella vez?

No, Salvadora no lo había olvidado, recordaba perfectamente el enfado de su marido por el dinero desperdiciado en las colecciones de libros que los niños destrozaron antes incluso de terminar de pagarlos. Nunca podría olvidar aquel día, desde entonces estaba prohibida la compra de libros, a excepción de los del colegio. Salvadora lloró mucho esa jornada, lloró a escondidas de su marido, sabía que no cambiaría de opinión con facilidad. Escondió sus libros en un baúl para que los niños no terminaran por destrozárselos, disfrutaban arrancando las hojas y arrojándolas al fuego de la chimenea. Entonces eran pequeños, apenas tres y seis años, pero a pesar del tiempo transcurrido su marido no había dado su brazo a torcer.
- Los libros son parte de mí, si no los quieres a ellos, a mí tampoco me quieres-dijo por fin con la voz ahogada en llanto, era la primera vez que se rebelaba contra su marido.
Él parecía no escucharla, seguía vociferando. Mientras, ella recogía los libros sin contestar a sus improperios. Algo se había roto para siempre, ahora lo veía con una claridad absoluta, como cuando limpias los cristales tras un día de lluvia.


Nada más verla aparecer en la librería, Aniceto supo que algo había cambiado. Después de días sin aparecer por allí, él empezaba a echarla de menos; el brillo fiero de aquellos ojos canela, los labios fruncidos, las mejillas encendidas y la forma de apretar el libro que llevaba entre sus manos le indicaron que Salvadora era otra mujer. La miró entre sorprendido y admirado, nunca la había visto tan bella, tan salvajemente seductora y se odió por ser tan viejo y odió a su marido por estar casado con ella.
- ¿No te llevas el Marca?
- No, he dejado a mi marido -dijo con decisión­- no volveré nunca más con él, no me quiere.

Las visitas de Salvadora a la librería se espaciaron, ahora vivía en casa de sus padres, trabajaba limpiando casas, cuidando niños o haciendo alguna que otra sustitución en comercios o bares. Su situación económica era precaria. Paco se negaba a pasarle la pensión para sus hijos; herido en su orgullo de macho no podía aceptar que la mosquita muerta de Salvadora, como la llamaba su madre, lo hubiera dejado plantado de aquella manera.

Aniceto pensó mucho durante aquellos días, echaba de menos la compañía de la mujer, las largas charlas sobre literatura. Ella era una esponja que absorbía todo, que quería saberlo todo, le daba pena verla pasar apresurada por allí, más delgada y ojerosa, aunque desprendida ya de aquel halo de eterno cansancio. Pensó y pensó, comprobó sus ahorros, sus planes de pensiones y tomó una decisión.

A través de los cristales la vio caminar decidida hacia la librería, con rapidez colgó el letrero al lado de la caja: “Se necesita dependienta, razón aquí”. Ella lo vio nada más entrar y le interrogó con la mirada.
- Necesito ayuda, me voy haciendo viejo, ya casi no puedo con las cajas ni subirme a las escaleras.

Salvadora, sonriendo, lo miró; a pesar de su edad se conservaba bien, aún mejor, como un roble, y sabía que aquel negocio no daba para un contrato.
- Gracias por el ofrecimiento, pero no puedo aceptarlo.
La vio alejarse y comprendió que ella ya no quería depender de nadie, que la flor frágil se había petrificado adquiriendo la fuerza y el empuje necesario para sobrevivir. Se alegró por ella, aunque no pudo evitar que las lágrimas se asomaran a sus ojos, por primera vez en su vida deseó tener veinte años menos, volvía a sentir el ardor en la sangre.

Blog de la autora: http://felisamorenoortega.blogspot.com

El Camino del Sueño





Yolanda Sáenz de Tejada y Eduard Estivill


(Editorial Ara Llibres)



http://www.yolandasaenzdetejada.com/

Pablo de Aguilar ha sido finalista del Certamen Carmen Martin Gaite

Pablo de Aguilar González

Finalista del Certamen Carmen Martin Gaite 2008

domingo, 21 de diciembre de 2008

Oasis Urbano

Jesús Muñiz González

Finalista Certamen Transporte Público de Madrid 2008


Ir en coche me deprime, por eso prefiero el autobús urbano. Cada viaje en el autobús es una experiencia deliciosa. Te subes, te sientas al fondo y a tu lado, una muchacha luce una gran cola de caballo, brotando como una fuente dorada desde la cinta negra que perfila su rostro. Alta, esbelta, con el cuerpo de una cariátide, lee un libro de poesía, ausente de su entorno. Cuando levanta la cabeza puedo ver sus ojos: claros, limpios, de mirada azul celeste; sus labios: carnosos, cerrados, con el gesto distante de una diosa; sus manos: delgadas, uñas cortas, sin pintar. Es el modelo de un escultor o la protagonista de una novela gótica.
En la parte delantera, mirando hacia mí, una muñequita de cuatro años, graciosa y resabida, con enormes ojos, oscuros, abiertos de par en par, regordeta, con unos mofletes que apetece pellizcar para averiguar si son de verdad, y un gran lazo en su pelo. Su mamá está de pie. En la parada siguiente sube otra mamá con un pillastre. Queda sentado frente a la niña a la que mira de reojo, con la cabeza gacha. Está de espaldas a mí, así que no puedo verle la cara. La niña se sabe observada por aquel mocoso: deshace el lazo y le dice a su mamá que se lo vuelva a hacer, estira la falda, cruza las piernas, con una coquetería deliciosa. Es una escena encantadora. El niño la mira embobado. Su mamá le habla y el solo está pendiente de la niña. Esta parece que lo ignora, pero continúa exhibiéndose: se mira los zapatos, hurga en el bolso de mamá, saca objetos, los vuelve a guardar. Se liberan dos asientos en el fondo y vienen a ocuparlos. El niño se ladea para verla, ella lo mismo; cuando una mira el otro se esconde: un juego de miradas cruzando el pasillo. Finalmente la niña baja del autobús. El la sigue con la mirada, y al perderla de vista, se queda con la cabeza hundida, haciendo pucheros. Su mamá le habla, no le hace ningún caso.
Cuando la mamá y el niño se van, ocupan sus asientos un estudiante y una jovencita que apesta a perfume. La chica es un cromo, embutida en unas botas plateadas de caña alta, hasta las pantorrillas, de tacones descomunales; el trozo de muslo que enseña hasta su breve y ajustada falda de piel lila, es un semáforo en ámbar. Remata el conjunto con chaquetilla torera de borreguillo dorado, sobre un top negro de escote tropical. Debajo de una rizada melena color cobre, oculta su cara embadurnada bajo una espesa capa de maquillaje. Pienso en lo pringosos que serán sus besos.
Cuando el autobús está atiborrado, veo subir a Lila, mi querida Lila, una joven abogada, con una sonrisa que es un don: ¡qué hoyuelos tan graciosos se le forman en las mejillas! Es “un cachito de cielo”. No es la primera vez que nos encontramos a esta hora. El autobús va tan lleno que allá se queda, aprisionada entre la gente. Me ve y me regala una sonrisa. Dialogamos con los ojos.
-¿Vas a la escuela?
-Claro, y tú a casa ¿no?
-Saluda de mi parte.
-¡Que alegría verte!
-Esto va tan lleno.
-¡Qué linda eres!
Sonríe de nuevo
-Gracias.
Es mi parada, le envío un saludo y salto sobre la acera. El autobús se aleja y camino hacia casa. Todos notan que hoy no fui en coche. En la ciudad hay tan poco espacio para compartir que este, del transporte urbano, es para mí un verdadero oasis en el desierto de asfalto.

Negociaciones

Pablo de Aguilar González

Finalista Certamen Microrrelatos C.C. LOS MOLINOS‏

La crisis consigue que los políticos se muevan. Por fin han comenzado las conversaciones. La negociación promete ser dura. Cada delegado toma asiento; todos los analistas coinciden en que es prácticamente imposible que lleguen a un acuerdo sobre cuándo comenzar las conversaciones.

viernes, 12 de diciembre de 2008

La vida de Don Juan



María José Gancedo Baranda


Una insaciable, constante búsqueda de reconocimiento por parte de la madre; esa es la vida de un Don Juan: un maratón, una carrera contra el tiempo en pos del objeto deseado; para, una vez poseído, desecharlo, colocarse la medalla en un lugar visible y muy ufano alardear ante otros machos de sus escarceos. Quizás el mayor gozo se lo provoque el recordatorio del rito, el relatar los entresijos más íntimos de sus buenas dotes como amante y que él se regocija de la provocación entre sus congéneres; ese regustillo a “ahora que sabéis lo seductor que soy..., podría ir un poco más allá e incluso poder guiaros a un estado al que yo solo accedo y conozco”. Y es que, en el fondo, probablemente no sea más que un pequeño niño malherido, con carencias emocionales, no amamantado el tiempo suficiente, o escaso a la hora de haber recibido los cuidados y atenciones que de pequeño requería.

Aspira a ser importante y se queda en el intento; utiliza para ello, además de la labia, la fuerza primigenia, la dinamizadora de vida; la energía del sexo, de la cual procedemos, la más potente, la de dar vida, equiparable en poder a la muerte. Tal vez sienta que no merece vivir y es por eso que cuando seduce —o mejor dicho juega al arte de seducir— se acerca al vértigo del abismo y desde ahí recorre las fantasías de volver a introducirse en el único lugar seguro que conoció; anhela penetrar el cuerpo donante de vida y..., al hacerse imposible el milagro, se va al otro extremo, al frío enquistado tras la falsa calidez de la vanidad. Desde ahí: acosa a su presa.

De la búsqueda de su supremo poder, el falo —del cual, por supuesto, también duda—, le persigue la irrefrenable vehemencia de sentirse importante frente al sueño añorado de la amada. Amada a la cual, casi seguro, no ama; ya que desconoce lo que es amar, pues amar en su vocabulario significa abandono, dolor y vulnerabilidad. El hecho de conquistar no le involucra en el compromiso de amar, y antes de que se descubra su miedo a ser amado, huye despavorido a la caza de una nueva pieza, con quien poder demostrarse que es capaz de ser importante, atractivo e interesante para alguien. Cuando él consiga sus propósitos, mostrar sus credenciales al Imperio Falocrático y salir indemne de sus engaños, le dirá: “si te he visto, ni me acuerdo, y como mi corazón está duro..., pues... esa ventaja que tengo, ya que no me duele que te pueda afectar el desamor posterior al gozo de sentir que eres mía ni que estés a mi disposición entregada al hombre más maravilloso del mundo, con el que cualquier mujer soñaría”...

Al no saber amar, se aísla, se independiza de su parte divina y aflora el traidor más grande: el ego, el que le empuja a saltar al precipicio, donde se refugia bajo unas reglas de apegos, dependencias y cambalaches; las mismas que regirán su vida a partir de ver los resultados ante el éxito estrepitosamente fracasado de un amor confundido por éxtasis momentáneo, que en ocasiones no pasa de una mera canción gastada de embelesar con palabras; palabras que suenan a chufla y a pringue de merengue.

Su vida se acoge al único sentido que conoce, por ser él mismo de su persona, un completo desconocido. Esa dirección de vida basado en la conquista se convierte en lucha, en donde no puede más que ganar, ya que lo contrario revelaría su frustración de no haberse sentido amado, ni único, ni especial de verdad para la mujer más importante de su vida, la que le mantuvo al calor durante 9 meses y más tarde se olvidó de él, porque era pecado el poderla poseer. Y es por eso que Don Juan prefiere no traicionar el amor a Dios, ni el amor profesado a la madre que le parió y..., agazapado, lleva a cuestas toda una venganza de años edípicos. Trata de poseer por otros medios lo que siempre le fue inalcanzable, el amor de la madre. Ajena ella a sus caprichos, le engalana con palabras y virtudes que ni él mismo se cree y al final termina, de tan manipulado..., castrado, y al saberse castrado y para que los demás no se aperciban de su limitación..., pues... castra él de antemano.

Don Juan, estafador de emociones, vendedor de sentimientos, mentiroso sin vergüenza, embaucador como pocos, traficante de las necesidades humanas; recluta un arsenal de tácticas sensoriales para atrapar entre sus redes a la víctima propiciatoria, necesitada de halagos e insegura, tan insegura como su verdugo.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

martes, 9 de diciembre de 2008

Felisa Moreno es finalista del Certamen "Voces con Vida"


El relato "Otro punto de vista", de Felisa Moreno Ortega, ha sido seleccionado para formar parte de la "Antología Voces con Vida" como finalista del certamen de Cuento Breve Salón del Libro Hispanoamericano Ciudad de México.

Han participado más de 1.400 cuentos procedentes de diversos paises de Hispanoamerica.

"Otro punto de vista" es un relato que describe una situación de malos tratos desde la óptica del maltratador.

Otro punto de vista (Felisa Moreno Ortega)
(Finalista Certamen Salón Libro Hispanoamericano México)
Ha vuelto a hacerlo, papá; ayer se levantó con esa mirada orgullosa, desafiante, embravecida. La mañana en la oficina se me hizo insoportable, a la una le dije al jefe que me encontraba mal y regresé a casa antes que ella. Llevaba puesto el vestido azul, el prohibido, noté un ligero temblor en su voz, mientras tejía una estúpida disculpa, que si el café sobre la blusa, que si no le quedaba tiempo para planchar. No puede salir a la calle con ese escote y pretender evitar las miradas obscenas de los hombres. Tiene buenos pechos, ya sabes, redondos y blancos como hogazas de pan tierno y esas piernas que se asientan firmes en el suelo, columnas griegas que desafían la gravedad y el paso de los años. Sigue siendo bella la puñetera, sigue desprendiendo ese halo seductor que tanto me atrajo cuando la conocí. Eso que ahora le compro yo la ropa, pero ya se las apaña para dejar desabrochado algún botón o remeter el bajo de la falda.
Tenías que haberla visto, papá, ese vestido ajustado a juego con sus ojos, esas motitas canela en su escote de nieve. Logró excitarme, me acerqué a ella dispuesto a perdonar su desobediencia pero vi el asco en su mirada y noté el frío en su piel. Entonces, ¿para quién se había puesto esa ropa?, ¿a quién pretendía seducir? La golpeé hasta doblegarla, hasta que se entregó, hasta que comprendió que es mía, que siempre lo será.
Esta mañana se ha mostrado mucho más dócil, como una corderita. Le he pedido primero que se maquille con cuidado; mejor aún, que no salga a la calle. Ha asentido con la cabeza, en silencio, la muy zorra se hace la víctima. No entiende que la paliza ha sido provocada por ella con su actitud, con su desobediencia. ¿Y esos ojos azules?, aún no ha aprendido a llevarlos bajos, son imanes incandescentes, temo que atraigan a otros hombres tanto como seducen a mí. Ya sabes que veces los golpeo porque no puedo soportar ese brillo, imaginar que sus pupilas reflejan el rostro de otro. Ella oculta los morados tras unas gafas oscuras cuando sale a la calle, así me siento más tranquilo, los sé míos.
No creas que disfruto pegándole, pero con su actitud no me deja otra alternativa, aunque debo ir con cuidado, ya sabes lo mal visto que está eso ahora. En tus tiempos no era así ¿verdad?, tú podías hacerlo con impunidad, te vi muchas veces, incluso por la calle. Al principio, cuando sólo era un niño, me costaba entenderlo. No comprendía por qué tirabas a mamá por las escaleras o la arrastrabas por el piso cogida del pelo o la pateabas delante de nosotros. Ahora sé que lo hacías por su bien, como yo con Teresa. Son niñas pequeñas, traviesas y revoltosas y en nuestra mano está su educación. Son nuestras.
Desde hace unos días sospecho que conspira contra mí. Cree que puede engañarme, pero la conozco demasiado bien; está nerviosa, baja los ojos cuando nos encontramos y hay varias llamadas extrañas en su móvil. No me gustaría tomar medidas drásticas, aunque me temo que tendré que hacerlo. Cualquier cosa antes de permitir que me abandone, de convertirme en el hazmerreír de la oficina, del barrio. No te extrañes de que un día ella venga por aquí, a hacerte compañía. Si es así, espero que la cuides mientras yo estoy en la cárcel. Hasta el próximo domingo, papá.

Blog de la autora: http://felisamorenoortega.blogspot.com/

Página del concurso: http://www.semiotics.com.au/












domingo, 7 de diciembre de 2008

Callos antes de matar




Jesús Muñiz González


(Accésit Certamen Relatos El Chiscón 2008)




Apuntaría aquel lunes, dos de mayo de 1808, como uno más en la lista de sus conquistas. Clara había rendido la plaza y por eso estaba él allí, para tomar posesión de la ganancia y disfrutar del botín, aprovechando la ausencia del marido, incorporado desde muy temprana hora en su servicio como soldado. Ambos, soldados, marido y amante, pero el formaba parte de un ejército triunfador, que avanzaba guiado con destreza a la conquista del mundo. Clara era su pequeño trofeo personal. [...]




Puedes seguir leyendo el relato en:


Puedes conocer las impresiones del premiado en:

jueves, 4 de diciembre de 2008

RAFAEL BORRÁS Y ANA BLEDA GANAN EL CERTAMEN DE GUIONES de TEATRO RADIOFÓNICO JOSÉ LUIS TORMO






El director general de la Radio Televisión Valenciana RTVV, Pedro García, hizo entrega del Premio a los ganadores del Certamen de Guiones de Teatro Radiofónico José Luis Tormo, en recuerdo de la figura del añorado periodista, columnista fundacional de El Mundo, medio del que ton¡mamos la noticia.Resultaron ganadores Rafael Borrás Aviñó y Ana Bleda Martí con la obra 'Vera'. Esta pieza se emitirá el 1 de enero como teatro radiado. El acto tuvo lugar en la Sala Matisse de Valencia. El jurado del certamen estuvo compuesto por el jefe de Programas de Ràdio 9, Vicente García; la periodista y actriz Reyes Juan; los académicos valencianos Marisol González y Juan Alfonso Gil Albors; los dramatugos Chema Cardeña y Rodolf Sirera; el responsable de espacios de ficción Jordi Hidalgo y la actriz y directora teatral Eva Zapico.

Así comienza el relato "EL AS DE CORAZONES"
(relato original desde el que se adaptó Vera):
-¡Reparen ustedes en la perfecta construcción de este torso! ¡En su armonía! ¡Espectacular!. ¡Una maravilla!
El profesor Don José Antonio García-Llombart, catedrático de Teoría del Dibujo de la Real Facultad de Bellas Artes “San Carlos” de Valencia, amanerado hasta casi la obscenidad con su traje de lino color manteca, su pajarita y su melena cana de violinista, elevó la mano derecha con el índice a la altura de los pectorales de un desnudo femenino integral que estaba a sus espaldas: la escultura en escayola de una opulenta meretriz romana a tamaño natural. Al girarse sobre sus talones y quedar de espaldas a nosotros señalando las credenciales de la meretriz, no tuvo ningún empacho en aprovechar el momento para meter su mano libre en el fondo del bolsillo del pantalón y arreglarse discretamente el paquete. Maniobró agitando la pernera, como si le costara mucho acomodar el abundante contenido de la bragueta. Un tejemaneje que quedaba de lo más vistoso, dada su ubicación en lo alto de una tarima de madera, y que provocó un alborozado murmullo entre la treintena larga de atentos alumnos de ambos sexos que nos encontrábamos allí. [...]

Sigue leyendo en: http://www.tallerliterario.net/vera-jose-luis-tormo.htm


Y más noticias cobre el Certamen:



martes, 2 de diciembre de 2008

Ya ha nacido... ¡Ha sido blog!


Quiero comenzar con unos versos de Rafael Guillén, que me han parecido muy apropiados para presentar este blog. Son estos:
“De inesperados ecos
están henchidos los espacios
por los que la palabra avanza”.

Aquí, los ecos somos todos; porque es con esfuerzo, trabajo e ilusión con lo que se hacen realidad los sueños y proyectos. Quizás esos mismos que un día dibujamos con el dedo en los cristales. Sin el "nosotros", nada de lo que hoy compartimos sería posible.

Espero que vuestro camino y el mío sigan siempre unidos en este mundillo extraño de las letras en el que tanto nos gusta navegar. A veces, a contracorriente; pero siempre sin perder de vista el horizonte.
Y termino con otro verso de uno de los maestros. Un verso sencillo y grande, que dice así:
“Hoy es siempre, todavía” (Antonio Machado)

Mercedes Martín
Madrina de la criatura
¡Que empiece la fiesta! ¡Queda inaugurado el blog!