Lola Sánchez Lázaro-Carrasco
Finalista Certamen de Cartas de Amor de Alcaudete 2010
Mi muy querido amante y amigo:
Una y mil veces quise enviarte esta carta.
Una y mil veces el temor se adueñó de mi haciendo que volviera a dormir en un cajón. Pero hoy es diferente, sé que llegará a tus manos.
Ambos sabemos que ni la distancia es el olvido, ni el tiempo lo cura todo; sólo nos protegemos, endurecemos nuestra coraza para atenuar el dolor.
A pesar de que nuestras vidas han transcurrido paralelas, a cientos de kilómetros, y nunca más llegamos a cruzarnos, no conseguí olvidarte. Tampoco puse mucho empeño en ello. No podía alejarme de la persona que me hizo aprender a disfrutar, con la que reí, con la que lloré, con la que amé intensamente, y con la que también sufrí. Adoré la vida por ti, aunque también la odié.
Y desde la experiencia de los años aún me vuelvo loca al recordar cómo permitimos a nuestros padres mezclarse en nuestra historia de amor: que si no te conviene, que si le gustan demasiado las mujeres, que no tiene donde caerse muerto...
Ahora, avanzado ya el otoño de mi vida, siento ese dolor agudo que me perfora, igual que entonces. Te anhelo en el alma, vida mía. Vuelve el desgarro a mi yermo corazón. Con toda su fuerza me paraliza internamente y me deja expuesta al vaivén de un destino caprichoso.
Y duele.
Duele en el alma saber que nuestras miradas se perdieron confundidas, que no volvieron a cruzarse. No supieron encontrar el camino de vuelta, absortas en espejismos incitadores. Esas miradas cómplices y ardientes que conformaban nuestro universo.
Duele en alma saber que tus labios no encontraron el camino para unirse de nuevo con los míos, bañando otros.
Duele en el alma saber que tus palabras habrán acariciado otros oídos durante esta eternidad. Pensar que el tiempo se agota mientras nuestras vidas corren paralelas corroe mis quebradas entrañas.
Treinta años de separación con el dolor como compañero de viaje, con la incertidumbre de sentirme todavía amada, me convirtieron en lo que he sido durante todo este tiempo: sólo dolor envuelto en piel.
Y ahora, al saber que siempre me esperaste, mis sentimientos afloran desbordados en su verdadera esencia. Sólo quisiera, amor mío, estar frente a ti, dar la espalda a todo, cogerte de la mano e implorar al tiempo que nos deje completar lo inacabado.
Tuya siempre, Ana.
Una y mil veces quise enviarte esta carta.
Una y mil veces el temor se adueñó de mi haciendo que volviera a dormir en un cajón. Pero hoy es diferente, sé que llegará a tus manos.
Ambos sabemos que ni la distancia es el olvido, ni el tiempo lo cura todo; sólo nos protegemos, endurecemos nuestra coraza para atenuar el dolor.
A pesar de que nuestras vidas han transcurrido paralelas, a cientos de kilómetros, y nunca más llegamos a cruzarnos, no conseguí olvidarte. Tampoco puse mucho empeño en ello. No podía alejarme de la persona que me hizo aprender a disfrutar, con la que reí, con la que lloré, con la que amé intensamente, y con la que también sufrí. Adoré la vida por ti, aunque también la odié.
Y desde la experiencia de los años aún me vuelvo loca al recordar cómo permitimos a nuestros padres mezclarse en nuestra historia de amor: que si no te conviene, que si le gustan demasiado las mujeres, que no tiene donde caerse muerto...
Ahora, avanzado ya el otoño de mi vida, siento ese dolor agudo que me perfora, igual que entonces. Te anhelo en el alma, vida mía. Vuelve el desgarro a mi yermo corazón. Con toda su fuerza me paraliza internamente y me deja expuesta al vaivén de un destino caprichoso.
Y duele.
Duele en el alma saber que nuestras miradas se perdieron confundidas, que no volvieron a cruzarse. No supieron encontrar el camino de vuelta, absortas en espejismos incitadores. Esas miradas cómplices y ardientes que conformaban nuestro universo.
Duele en alma saber que tus labios no encontraron el camino para unirse de nuevo con los míos, bañando otros.
Duele en el alma saber que tus palabras habrán acariciado otros oídos durante esta eternidad. Pensar que el tiempo se agota mientras nuestras vidas corren paralelas corroe mis quebradas entrañas.
Treinta años de separación con el dolor como compañero de viaje, con la incertidumbre de sentirme todavía amada, me convirtieron en lo que he sido durante todo este tiempo: sólo dolor envuelto en piel.
Y ahora, al saber que siempre me esperaste, mis sentimientos afloran desbordados en su verdadera esencia. Sólo quisiera, amor mío, estar frente a ti, dar la espalda a todo, cogerte de la mano e implorar al tiempo que nos deje completar lo inacabado.
Tuya siempre, Ana.
5 comentarios:
Bueno, Lola, ya nos tienes acostumbrados a tanto éxito! Voy a ver si encuentro un príncipe azul que me escriba a mí una carta como esta...
(Soy Belén, no sé como hacer que salga con mi nombre en vez de hacerlo como anónimo o un pseudónimo)
Felicidades, Lola
Tu carta está cargada de sentimiento
Un beso
Josevi
Mil gracias, Belén y Josevi. Un beso.
Es una carta de amor preciosa, Lola, de las que se escriben con la pluma que guía el corazón.
¡Enhorabuena!
Un abrazo, guapa.
Gracias por leerla, Mar. Un beso.
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