jueves, 30 de diciembre de 2004

Yo, que soy un triste payaso

Enrique Sánchez Elvira
(Finalista Certamen Acumán 2004)
Escuchar el sonido de su risa es percibir el silencio de la pena. Cuando de pronto sus pasos, roces etéreos, se tornan en huellas en la moqueta, tú supones: que la vida ya no tiene principio ni fin, que la sustancia corpórea de tu alma ha perdido presencia y que aspiras el aroma del torbellino de sus alas.
Pero ella no es así. Esta y es como una sombra espectro: no por ausente sino por inaprensible. Quererla es sencillo: lo hace todo el mundo. Amarla es difícil: su amor no está al alcance de la mano, debes volar con el viento que corre por las estrellas. Tenerla es una quimera: te presta su aura y te arropa en ambrosía sin descubrirte tu miseria humana: el sol de su mirada alumbra a cualquier ciego. Aceptas, admites, recoges los goces sensibles y riegas el pequeño fruto del amor: que te concede a tu imagen, pero que es a su semejanza. E imaginas la osadía de decirla tu hija, que lo es, porque respira tu oxígeno; sin embargo, viaja iluminando mi planeta en compañía de su madre: ella, la Luna llena; llevando de la mano a nuestra hija, la Luna nueva.
Ahora sí: sus pasos bailados, su voz aflautada, se acercan al mundo de cristal que habito en los infiernos. Y al abrir la puerta, mi ángel amada, esparce el maná del que me alimento:
—Cariño, ¿quieres levantarte y hacer la cama?

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