El niño que aprendió a escribir cartas de amor
Felisa Moreno Ortega
(Relato ganador del Certamen Castillo de la Águilas)
—Abuelo, ¿me enseñas a escribir cartas de amor?
El anciano levantó la vista del libro y miró con fijeza a su nieto, como si acabara de verlo por primera vez. Los ojos serios del niño le indicaron que para él aquello no era ninguna broma, así que reflexionó sobre la respuesta más adecuada. Sergio era callado y tímido, muy responsable a pesar de sus doce años recién cumplidos. Le habría costado mucho pronunciar aquellas palabras, él no podía defraudarlo.
—Claro, ¿cuándo empezamos?
Sergio no esperaba que su abuelo aceptara con tanta naturalidad, llevaba preparada una historia para hacer frente a todos las preguntas indiscretas del anciano, pero éstas no se produjeron, así que se calló, aliviado.
Había acudido a su abuelo porque su madre una vez le contó como se habían enamorado sus padres, los abuelos de Sergio. Recordaba especialmente unos palabras que se le quedaron grabadas a fuego en su memoria: "Tu abuelo escribió una carta de amor tan maravillosa que cuando la abuela la recibió, estuvo llorando durante dos días, nadie se explicaba los motivos del llanto. La llevaron al médico, le dieron unos calmantes, pero ella no podía dejar de llorar, las lágrimas resbalan por su cara como un río desbordado y, lo más curioso de todo, es que en su boca se había instalado una sonrisa."
La imagen de su abuela con el rostro lleno de lágrimas y sonriendo no se iba de su cabeza. Él no la había conocido, murió joven, sólo quedaban sus fotografías, que el abuelo conservaba con sumo cuidado y que a veces se las mostraba, tratándolas con la delicadeza que merecen los objetos valiosos.
Sergio salió de la habitación feliz, había quedado con su abuelo para mañana, después del colegio, estaba seguro que aquella carta de amor cambiaría su vida.
—Hola Sergio, ¿has estudiado mucho? Hoy tenemos el examen de mates, lo recuerdas ¿no? Ayer no te vi por el messenger.
—Estuve estudiando, ¿cómo me voy a olvidar de un examen? —dijo Sergio con fastidio—Oye, Silvia, ¿puedo contarte un secreto?
—Soy toda orejas, dime.
—Mi abuelo me va a enseñar a escribir cartas de amor.
—¿Qué?
—Tú eres mi mejor amiga ¿verdad?
—Eso dices siempre—contestó la niña mirándolo con curiosidad.
—Voy a contarte algo. Estoy enamorado. Me gusta Lucía, y he pensado en decírselo. Quiero que sea algo especial, nada de mensajes al móvil, eso es lo que hacen todos. Yo le escribiré una carta de amor.
—Vaya..., que callado te lo tenías—la voz de la chica tembló un poco al continuar—nunca imaginé que te pudiera gustar esa pija. Pero guardaré el secreto, sólo te pido una cosa a cambio, que me cuentes todo lo que tu abuelo te vaya enseñando, será divertido.
—Lo haré—dijo Sergio con seriedad—gracias, eras la mejor.
La niña agachó la cabeza y se concentró en repasar las ecuaciones. Sergio la miró un rato, había algo extraño en la actitud de Silvia, sus palabras parecían forzadas, igual que su sonrisa. Se olvidó pronto de ella, acababa de entrar Lucía, agitando su melena rubia.
Los chicos estaban sentados en una esquina del patio, Silvia llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta de su equipo de fútbol. No es como las otras chicas, pensó Sergio, quizás por eso le gustaba tanto estar con ella, siempre se reían mucho juntos.
—Venga, empieza, estoy impaciente—dijo la niña riendo.
—Hoy tuve mi primera lección. Mi abuelo dice que para escribir una carta de amor es necesario estar dispuestos a vaciarnos, a sacar fuera de nosotros ese fuego que nos quema por dentro. Dice que tenemos a nuestra disposición un instrumento muy útil y barato, las palabras. Los hombres nos diferenciamos de los animales porque sabemos hablar y que por eso también somos capaces de amar. Dice que cada carta de amor es diferente. Que se ha de escribir pensando en la persona que la recibirá, que será ella la que inspire nuestras palabras y que, cuando las reciba, las reconocerá como propias.
—Ufffff, parece complicado, menos mal que tomaste notas.
—Deja que siga, incordio—dijo Sergio riendo—También dice que una carta de amor sólo se puede escribir con el corazón. La cabeza, la mente, se debe quedar en stand by, que las palabras nos serán dictadas y, cuando por fin leamos lo que hemos escrito, apenas podremos reconocerlo como nuestro. Y eso tiene sentido por lo que te dije antes, porque esas palabras no son de la persona que las escribe, sino de quien las inspira.
Por un momento se quedaron en silencio, reflexionando. Sergio miraba el patio, donde decenas de niños jugaban alegres o charlaban en corrillos. Pronto acabarían la primaria y se marcharían al instituto. Aquí eran los mayores, allí serían los novatos. De pronto sintió miedo, luego se calmó, con un poco de suerte caería en la misma clase que Silvia, su amiga y que Laura, su amor. Laura era la chica más guapa de la clase, tenía razón Silvia en que era un poco pija, se preocupaba mucho por su forma de vestir, peinarse, incluso utilizaba brillo para los labios. Pero Sergio estaba seguro que eso era por la gente con la que se relacionaba, que ella en realidad era una chica cariñosa e inteligente, que sabría apreciar su carta. Imaginaba sus ojos azules inundados de lágrimas, como los de su abuela, y sus labios gordezuelos curvados en una sonrisa abierta, brillante como el sol de mediodía.
—Segunda lección—dijo Sergio con tono optimista.
—¿Sabes? Creerás que soy tonta, pero anoche no me podía dormir pensando en lo que me contaste sobre las cartas de amor. Tengo un poco de miedo por ti.
—¿Por qué?
—Porque si a Laura no le gusta tu carta, si se ríe de ti, o te la tira a la cara, ¿qué va a pasar? Si te has vaciado en esa carta, si has puesto en ella todas tus ilusiones, ¿qué te quedará?
—Laura no podrá rechazar mi carta, piensa en lo que dijo mi abuelo, es ella quien me inspira, serán sus palabras—dijo Sergio con ansiedad.
—Vale, no te pongas así, es que no quiero que te hagan daño. Venga, cuéntame tu lección de ayer—dijo Silvia con un deje de tristeza que no pasó inadvertido a Sergio.
—Mi abuelo dice que en una carta de amor no hay reglas. Que ninguna debe parecerse a otra. Sin embargo, para que me sirva de ejemplo, me ha leído una de las que escribió a mi abuela. Apunté aquí un párrafo que me gustó mucho, te lo leo: "No quiero usar palabras gastadas para decirte lo mucho que te amo, no. Quiero inventar palabras nuevas para ti, palabras que nunca nadie haya articulado, que no se hayan contaminado con el roce de una lengua extraña, que sólo tu boca y la mía las pronuncien, y que se queden ahí, selladas con nuestros besos"
—Uffffffff, si un chico me dijera algo así, temblaría como un flan.
—No digas tonterías, si tú nunca piensas en chicos.
—Eso es lo que tú no sabes—dijo Silvia un poco picada.
—¿No me digas que te gusta alguien y no me lo has contado? —preguntó Sergio mirándola intrigado.
—No, pero podría gustarme, soy una chica como otra cualquiera, o ¿por qué no lleve falditas y no me pinte los labios ya soy un bicho raro?
—Perdona, no quería que te enfadaras—Sergio no sabía como acabar aquella discusión, nunca había pensado en Silvia como en una chica, la veía como un amigo más y sus palabras le hacían sentirse incómodo.
—No te preocupes—dijo apoyando sus palabras con un gesto—ahora tengo que irme, acabo de recordar que he quedado con Matías.
Volvieron a encontrarse a la salida del colegio. Silvia parecía la de siempre, insistió en que siguiera con el tema de la carta.
—Creo que ya estoy casi listo, esta tarde escribiré mi carta y mañana, catorce de febrero, se la daré a Lucía. Mi abuelo dice que si la persona a la que le entregas tu carta es la persona correcta, si realmente corresponde a tu amor, cuando empiece a leerla no podrá evitar que sus ojos se llenen de lágrimas, mientras que en sus labios de dibuja una sonrisa: como le pasó a mi abuela. Yo le he dicho que las chicas de ahora no son tan sensibles, él se ha reído y me ha contestado que no hace falta que se tire dos días llorando, con que se le humedezcan los ojos será suficiente.
—Pues si eso es así, deseo que Lucía llore mañana, para que tú seas feliz. Tengo prisa, nos vemos—dicho esto se alejó corriendo, sin volver la vista atrás.
Sergio se quedó parado, su amiga cada vez estaba más rara, a fin de cuentas era un chica, mejor no intentar comprenderlas.
Jueves 14 de febrero de 2008
Silvia observa a su amigo, lo ha estado evitando toda la mañana, no quiere hablar con él, todavía no. Lo nota nervioso, ella también lo está.
Han salido al recreo, ve como se dirige hacia Lucía, la sonrisa idiota de la chica la saca de quicio. Coge la carta con expresión de asco, tuerce la boca a la izquierda como si el ligero gesto de abrir el sobre le supusiese un esfuerzo enorme. Sergio sigue allí, inmóvil. Lucía sostiene la carta en su mano izquierda, en la derecha un bocadillo de salchichón que va devorando mientras lee. Termina, ni una sola lágrima se ha asomado a sus ojos. Sergio la mira con insistencia, incrédulo. Ella alarga el brazo derecho hacia él, no es un gesto de amor. Le está pidiendo que le sujete le bocadillo. Ya con las dos manos libres, se esmera en hacer la carta pedacitos que van cayendo a sus pies como pétalos de margaritas muertas. Recupera su bocata y se va al corrillo dónde están sus amigas. A juzgar por sus risas, se divierten mucho con lo que les cuenta.
Silvia sigue a Sergio hasta la clase. Lo conoce muy bien, ahora necesita estar solo, se sentará en su pupitre a reflexionar. Ella podrá observarlo desde la puerta. Verá como encuentra el sobre la mesa. Verá como saca la carta y mientras él lee, ella recitará de memoria las palabras allí escritas.
"Querido Sergio,
Si estás leyendo esto es porque Lucía no lloró con tu carta. No puedo decirte que lo siento, te mentiría. Y no está bien engañar a los amigos ¿no? Hace mucho tiempo que quería "vaciarme en palabras", como dice tu abuelo, pero siempre me ha faltado valor para hacerlo. Has sido tú quien me has enseñado a ser valiente, a no temer al fracaso o a la vergüenza.
Desde hace unos meses ya no puedo verte como un simple amigo. Un amigo no hace que tu estómago se encoja con sólo su presencia, que tus ojos bailen de alegría cuando lo ves, que tu corazón se acelere como si acabara de jugar un partido de fútbol. A un amigo no deseas tocarlo a cada instante, no te falta el aire cuando él no está. Un amigo no provoca que tus piernas se aflojen como si estuvieras delante de una portería para tirar un penalti...Uff esto más que una declaración parece la crónica de un partido.
He sufrido estos días viendo como preparabas tu carta de amor para otra, he llorado a escondidas de ti, incluso pensé en alejarme de tu lado, pero no pude. He tirado más de veinte folios a la papelera, veinte intentos de carta de amo. Por fin, terminé escribiendo estas palabras, que salieron de mi alma sin pasar por mi cabeza. Ahora son tuyas, ¿las reconoces?
Silvia".
***
—Puedo preguntarte algo, Sergio.
—Dime abuelo
—¿Cómo te ha ido con tu carta de amor?
—Lloré, abuelo, lloré y sonreí a un tiempo.
—Pero... no eras tú el que tenías que llorar, sino tu amada.
—No abuelo, se cambiaron los papeles, ella me escribió la carta y yo lloré.
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