El fuego
Contemplo el fuego. Es un extraño animal devorador. Su embrión son pequeñas partículas incandescentes, de color amarillo o rojo según su temperatura, de vida muy breve. La mayoría mueren convirtiéndose en humo negro. Algunas de las que logran sobrevivir se convierten en pequeñas llamitas que aletean fugazmente; otras, las menos, están bien constituidas y no se conforman con morir sin luchar. Cuando el fuego es pequeño se muestra tímido, cohibido, antojadizo, vulnerable. Según va creciendo, su carácter se fortalece. Aprende de sus errores. Primero ataca a todo por igual; pronto se da cuenta de que hay bocados demasiados duros de roer, por lo que opta por ir acariciando las piezas más débiles hasta lograr hincarles el diente. Luego se va envalentonando, artero y taimado prueba con enemigos más poderosos. Aprovecha las hendiduras para ir introduciéndose subrepticiamente hacia lugares más favorables. Su estrategia caótica logra convertir sus fracasos de aquí en triunfos allá. Poco a poco consigue hacerse dueño y señor de su territorio.
Agradece el alimento de un montón de cuartillas garabateadas. Cuando se han consumido, le ofrendo el manuscrito de mi primera novela, autobiográfica y calamitosa. Tal vez sea la única manera de que mis escritos den calor a los corazones; estupidez mayúscula, recapacito: el poder calorífico del papel es el mismo emborronado o no. Entonces comienza la danza orgiástica de sus lenguas, amarillas, rojas, azules. El núcleo compacto devora a la máxima velocidad, mientras la periferia va preparando el camino de su expansión. De vez en cuando una lengua puntiaguda, aislada, aparece fuera de la periferia, solitaria, estremecedora, previendo su muerte violenta. En su vejez se convierte en rojiza brasa, en negro carbón y luego mansamente en ceniza blanca.
Agradece el alimento de un montón de cuartillas garabateadas. Cuando se han consumido, le ofrendo el manuscrito de mi primera novela, autobiográfica y calamitosa. Tal vez sea la única manera de que mis escritos den calor a los corazones; estupidez mayúscula, recapacito: el poder calorífico del papel es el mismo emborronado o no. Entonces comienza la danza orgiástica de sus lenguas, amarillas, rojas, azules. El núcleo compacto devora a la máxima velocidad, mientras la periferia va preparando el camino de su expansión. De vez en cuando una lengua puntiaguda, aislada, aparece fuera de la periferia, solitaria, estremecedora, previendo su muerte violenta. En su vejez se convierte en rojiza brasa, en negro carbón y luego mansamente en ceniza blanca.
El Diletante