El pasado 9 de enero, Ramón Alcaraz participó en el encuentro propuesto por Carlos Villarrubia en torno al tema "El beso que te adivina".
Esta es la transcripión de lo que dijo, con fotos del acto:
Quiero iniciar mi aportación con el agradecimiento a Carlos por invitarme y a todos los asistentes por venir. Mi intervención parte del optimismo por un encuentro como este, ya que es necesaria la reivindicación del beso, y especialmente de todas sus formas de expresión.
Como lingüista, para mí no hay mejor referencia que lo que nos aporta el habla, el lenguaje. El lenguaje es fundamental como medida de la importancia y el uso de lo que significa una palabra en nuestras vidas y lo que ha significado a lo largo del tiempo. Yo pensaba que, al investigar sobre el tema que nos ocupa, iba a venir hoy con una lista de vocablos que detallaran múltiples formas de entender el beso en cualquiera de sus muchas manifestaciones: el fraternal, maternal, de hermandad, de amor, pasional, etcétera. Y no ha sido así. Las formas de expresión del beso son mínimas, y eso preocupa por lo que el beso significa como acto propio y casi diría diferencial de los seres humanos.
Si yo pidiera a los asistentes de esta sala que nombraran sinónimos o expresiones para denominar el acto sexual, ocuparíamos varias rondas sin acabar de nombrarlos; sin embargo, los sinónimos que encontramos en nuestro idioma para la palabra beso se pueden contar con los dedos de una mano (y sobran dedos). Igual que ocurre con el arte y la cultura, como ha dicho Carlos y los participantes anteriores, el lenguaje también ha marginado al beso como forma de expresión afectiva, como si hubiera sido más efectivo atacar a la raíz de las emociones, del afecto, a la “llave” que nos ha de conducir al amor en cualquiera de sus formas.
El primer lugar, lógicamente, he recurrido al diccionario, que define el beso como la acción de tocar u oprimir con un movimiento de labios, a impulso del amor o del deseo o en señal de amistad o reverencia. Un definición sencilla y bastante fría. La palabra beso viene del latín basiáre, vocablo de origen celta.
Carlos Villarrubia y Ramón Alcaraz
No hay ninguna referencia al beso, tal y como lo conocemos, en cavernas prehistóricas, en el arte mesopotámico o egipcio, y pocas en los poetas griegos. Y a mí me cuesta creer que el beso primigenio no fuera inherente a la condición humana; pero lo curioso es que la aparición del beso en el lenguaje escrito es tardía, y eso me parece significativo. Las primeras descripciones aparecen en la Biblia, donde encontramos unas 40 alusiones en el Nuevo Testamento; de las que, curiosamente, la más conocida no es un beso de amor ni afectuoso, sino que es el Beso de Judas. El beso debe representar en su mayor significación un sentimiento, el afecto, amor; pero no es así en el lenguaje, ya que su descripción no todos los besos son afectivos; el de Judas por ejemplo, que es aquel que se da con doble sentido o mala intención, es uno de los más famosos y más tristes. Y en algunos ámbitos, el beso se usa incluso como sentencia, como el “beso de la muerte".
Los romanos distinguían 3 tipos de besos, más que nosotros en la actualidad: El 'osculum', que se da en la mejilla, entre amigos, ritual o de reconocimiento; el 'basium', beso en general; y el 'suavem', el beso dulce, que se dan los amantes. Hasta en esto hemos perdido, ese “suavem” tan sugerente no ha llegado hasta nuestros días.
A partir de la Edad Media el ósculo (el beso, que debió de ser frecuente entre los romanos) quedó reservado a las más altas instancias ―precisamente aquellas que siempre estaban bien protegidas―, mientras que entre los caballeros el “apretón de manos” sustituyó al beso y al abrazo. Para saludarse, como demostración de reconocimiento, se ofrecían la mano contraria al lugar donde se llevaba la espada, normalmente el costado izquierdo; así, al sujetar la mano al contrincante, se aseguraban de que el otro no sacaría su arma para atacar. Es decir, que el beso fraternal fue sustituido por un gesto de defensa, de desconfianza, que es el que ha prevalecido hasta nuestros días.
La pervivencia medieval es demostrable por el hecho de que, aún hoy, el apretón de manos no se estila con las mujeres ni entre las mujeres (que saludan con besos). Esto es algo que deberíamos reivindicar también para quitarnos ese componente anti-agresivo, de defensa, que supone el apretarnos las manos frente al beso. Apretarnos la mano es una firma de no agresión más que de afecto, mientras que el beso es señal de entrega, de abrirnos sinceramente a la otra persona, ya sea hombre o mujer.
Como curiosidad, voy a leer la definición de la palabra beso en el siglo XVII del primer diccionario de la lengua española (Covarruvias, año 1611) que en la entrada “besar” venía a decir más o menos así:
«El beso es señal de paz, y así vale en este sentido una misma cosa besarse, o darse paz, y cuando esta paz o beso es fingido, tiénese por traición … Es también el beso señal de confederación, y así en la ley final se manda que los que hicieren amistades por rencillas pasadas se perdonen y se besen. En la ley vieja una de las solemnidades que el padre usaba para dar la primogenitura a uno de sus hijos, era besarle. … En el dar de los grados a los doctores se usa la solemnidad del beso, y en las Iglesias Catedrales, en la recepción de los canónigos, y en muchas provincias, se usa dar beso de paz y bienvenido al huésped…».
Hace cuatro siglos, el diccionario nos aportaba bastante más sobre esta palabra que ahora. Como vemos, no es tan extensa la definición actual de nuestro diccionario como la que se hizo allá por el 1600. En el beso, vamos perdiendo lingüísticamente tanto en calidad como en cantidad.
Actualmente, el diccionario de la RAE incluye además tres expresiones que contienen la palabra beso:
Beso de Judas. m. beso u otra manifestación de afecto que encubre traición.
Beso de paz. m. El que se da en muestra de cariño y amistad.
Beso volado. m. coloq. Ecuad. El que se da a la distancia con el gesto de los labios y un ademán de la mano.
Y en sentido metafórico contamos con la expresión “comerse a besos a alguien”, que es besarlo con repetición y vehemencia.
Durante la charla, los asistentes, entregados, reparten besos y abrazos a tutiplén
Nuestro lenguaje me ha seguido "decepcionando" porque son muy pocas las palabras en cuyas definiciones se incluye la palabra beso o besar. Contamos con muy pocos vocablos y sinónimos para expresar algo tan cotidiano y tan importante: la palabra buz, muy poco usada, que se refiere al beso de reconocimiento y reverencia; la palabra ósculo, más conocida pero que ya corresponde al lenguaje culto, y que también es un beso reverencial.
Me llama, por tanto, la atención la abundancia de significados relacionados con la iglesia o lo eclesiástico, y en forma de expresiones reverenciales y de sumisión: besar los pies (cortesía y sumisión), el besamanos (beso al rey y personas reales), llegar y besar el santo (metáfora de llegar en el momento preciso), beso de paz (fraternidad), beso de Judas (traición) y el beso del vasallaje (servidumbre).
Y me preocupa, me preocupa un lenguaje tan pobre, por no decir paupérrimo para significar la palabra beso en cualquiera de sus formas; incluso, lo que es más curioso para mí, siquiera para significar el beso erótico o sexual, del que apenas podríamos añadir el verbo morrear y la expresión pico (y piquear) que es el beso breve que se da uniendo la punta de los labios.
Y a ellas unimos expresiones como besar el suelo o besar la lona, que son indicativas no de afecto sino de derrota. De nuevo, el beso sometido al extremo opuesto de la afectividad.
Lo malo es que el beso no evoluciona; el diccionario Sopena en su edición de 1965 (hace casi 50 años), recoge las mismas acepciones de beso y besar. Los avances del último medio siglo, la evolución tecnológica, la libertad, las aperturas sociales no han aportado nada al beso. Y aquí es donde es necesaria la aportación del arte, de la poesía, de la narrativa, del teatro, de la música...; expandir el beso para darle multitud de formas de expresión, dar nombre a cada tipo de beso, esa es una labor de todos, ya que somos todos los que construimos el lenguaje que después se encarga de recoger el diccionario: hemos de buscar formas para definir el beso que nos sorprende, el beso que nos cautiva, el beso con el que sellamos una amistad, el que nos adivina. ¿Por qué no hay nombre para el beso que damos a un recién nacido, el que damos a los padres o a los hijos, a un hermano, a un amigo, el que nos da la madre...? Hemos de desprendernos de ese “temor ancestral” a esta palabra, que quizá por ser la raíz de la humanidad, del afecto y de la pasión, ha sido relegada y cautiva.
Y acabo con unos versos del poeta peruano Federico Barreto. Un poema titulado, cómo no “El beso”.
El Beso
Con candoroso embeleso
y rebozando alegría,
me pides, morena mía,
que te diga... ¿Qué es un beso?
Un beso es el eco suave de un canto,
que más que canto
es un himno sacrosanto
que imitar no puede el ave.
Un beso es el dulce idioma
con que hablan dos corazones,
que mezclan sus impresiones
como las flores su aroma.
Un beso es... no seas loca...
¿Por qué me preguntas eso?
¡Junta tu boca a mi boca
y sabrás lo que es un beso!