domingo, 30 de diciembre de 2007

Steps


Paco Piquer Vento (Ganador Certamen "Sueños" de Valladolid 2007)


Las escaleras de Escher no van a ningún sitio. Ni vienen de parte alguna. Suben, bajan, se entrecruzan en ángulos inverosímiles y sorprendentes. Se tiene que estar loco para trepar o descender por ellas.

O estar soñando. Como yo.

No he terminado el maldito puzzle. Y estoy obsesionado por esas escaleras, definidas sin lógica aparente; que me atraen, que me enloquecen y pueblan mis sueños los últimos días.

Ahora camino por una de ellas. Autómatas plateados se cruzan en mi camino mientras asciendo los escalones grises. Me observan como al extraño que soy. Me hablan en un idioma que no comprendo. Me hacen observaciones, indicando puntos inconcretos con sus brazos articulados.
—¿Por allí? — pregunto, remedando sus gestos.

Insisten. Marcándome un camino que no alcanzo a concebir.

Alcanzo un rellano y, cuando me dispongo a continuar, la escalera se ha invertido. Estoy boca abajo. Pero no me caigo, las leyes gravitatorias se han olvidado de que existo.

Ahora, la escalera desciende y ya no son androides plateados los que siguen señalándome la ruta. Enormes escarabajos mecánicos han tomado su lugar. Siento un escalofrío al notar, cercanas a mi cuerpo, afiladas sierras en sus bocas repugnantes. Acelero el paso. Un inesperado muro me impide continuar. Pero, de inmediato, una nueva escalera ascendente se dibuja a mi izquierda, ¿o es a mi derecha? hacia una bóveda virtual suspendida en la altura. Los escarabajos trepan el muro. Yo subo de dos en dos los escalones, hacia una puerta que he adivinado al final de mi confusión geométrica. Una puerta tosca, enorme, cerrada. Empujo con todas mis fuerzas sin resultado.

Los autómatas, al fondo del laberinto que he abandonado, me han descubierto. Sus manos, como pinzas, se agitan, animándome a traspasarla. Empujo de nuevo. Ya casi sin resuello, consigo abrir un resquicio en la descomunal estructura.

Al otro lado de la puerta el paisaje es distinto. Perfiles cambiantes de nubes en movimiento dibujan un universo blanco y luminoso. Una nueva escalera desciende hacia un fondo que no alcanzo a ver. Escalones de cristal, iluminados por una potente luz azulada, me invitan a continuar. La luz es cegadora a ese lado de mi sueño. Unicornios azules vuelan en bandadas entre los nimbos, ¿o son, quizá, cúmulos? ¿Dónde duermen mis conocimientos sobre naturaleza?

Tras de mí, la puerta se cierra con un ensordecedor ruido y, al momento, se oscurece, en un ocaso espectacular, el firmamento que me deslumbraba hacía unos instantes.

Desaparecen los unicornios y, en su lugar, pegasos alados montados por los autómatas metálicos que habitaban al otro lado se enzarzan en cruel batalla contra los escarabajos mecánicos que blanden, amenazadoras, sus patas escalofriantes.
— ¡Papá! ¡Papá!

Escucho, lejanas, las voces de mis hijos, que saltan sobre mí, agitando frente a mis ojos, aún entornados, el unicornio de Barbie y uno de esos bionicles de Lego de desproporcionadas pinzas lanzadera.
—¿Vamos a ir al cine?

Despierto dolorido. Me he quedado dormido en el sofá. Mi mujer, con un enorme puzzle de dos mil piezas extendido sobre un tablero, grita, victoriosa.
—¡Lo hice!, y mira que era difícil, con tantas escaleras. Debía de estar loco el tal Escher y tú no me has ayudado nada. Anda, despierta de una vez y vámonos al cine con los críos antes de que te enrolles con el fútbol.

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