Libro de relatos "El Viaje"
(Editorial Punto Reklamo. Varios Autores)
Clara García Baños
Estaba completamente enamorado de su figura, su voz, su coraje, sus aires de amazona indómita. Desde que la conoció en el instituto, siempre rodeada de su bandada de incondicionales, cada noche soñaba con ella. Y, por fin, después de tanto desearlo, la había encontrado por fin sola, de casualidad, saliendo de la tienda de comestibles. La siguió, la mirada fija en el vaivén de su pantalón de talle bajo, hipnotizado como una polilla por la luz.
La hubiera montado en su moto para llevarla hasta el campo. Se sentarían en el tajo, con los pies colgando sobre el río y, con las manos entrelazadas, contemplarían el mágico anaranjado del atardecer. Y sabiendo, como sabía, que a ella también le gustaba, se habría declarado, sin temer censuras ni ridículos. Porque ella le miraba en clase, de esa manera tan especial, que tantas veces le dejaba sin palabras.
Ella entró en su portal, la bolsa colgando alegre de la mano, al compás de sus caderas bailarinas e insinuantes. Él se apuró un poco y alcanzó la puerta justo antes de cerrarse. Cuando entró en el ascensor, ella articuló un tímido hola sin voz y comenzó una inspección meticulosa del techo, el suelo y los botones. Bajó en el tercero. Él estuvo a punto de sujetarla y hablarle. Pero al salir, su imagen en el espejo le dijo que no; que nunca estaría bien visto que una niña de catorce años saliera con su profesor de matemáticas.
La hubiera montado en su moto para llevarla hasta el campo. Se sentarían en el tajo, con los pies colgando sobre el río y, con las manos entrelazadas, contemplarían el mágico anaranjado del atardecer. Y sabiendo, como sabía, que a ella también le gustaba, se habría declarado, sin temer censuras ni ridículos. Porque ella le miraba en clase, de esa manera tan especial, que tantas veces le dejaba sin palabras.
Ella entró en su portal, la bolsa colgando alegre de la mano, al compás de sus caderas bailarinas e insinuantes. Él se apuró un poco y alcanzó la puerta justo antes de cerrarse. Cuando entró en el ascensor, ella articuló un tímido hola sin voz y comenzó una inspección meticulosa del techo, el suelo y los botones. Bajó en el tercero. Él estuvo a punto de sujetarla y hablarle. Pero al salir, su imagen en el espejo le dijo que no; que nunca estaría bien visto que una niña de catorce años saliera con su profesor de matemáticas.
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