Teresa Cameselle
(Ganador ex aqueo I Premio Relato Erótico El Desván 2008)
Esther se para ante el espejo jugando a verse con ojos de desconocido. El delicado camisón negro suaviza sus curvas y se introduce provocador entre sus muslos. Respira hondo para comprobar, con satisfacción, cómo la curva de sus senos asoma generosa por entre el escote de encaje. Sólo falta un detalle, extiende la mano y atrapa la barra de labios que ha dejado sobre el tocador, con pulso firme delinea sus labios en rojo explosivo y sonríe seductora a su reflejo. Aprobado alto, decide, mientras se aleja caminando con paso firme sobre altos tacones. El timbre ya ha sonado dos veces. Que espere, piensa, un pequeño pago a cambio de una gran recompensa.
David apoya un hombro contra el marco de la puerta y decide ser paciente. Quizá se ha adelantado. Comprueba el reloj; no, es la hora acordada. Suspira y se afloja un poco el nudo de la corbata. Piensa en el partido que se está perdiendo, quizá hoy se decida el ganador de la liga. Ahora podía estar en el bar, con los colegas, engullendo cerveza y gritando goles hasta quedar afónico. Inquieto, da dos pasos adelante y atrás, y entonces la puerta se abre y un haz de luz araña sus ojos. Ella lo mira con una sonrisa conocedora y lo invita a entrar agitando su dedo índice. Se da la vuelta y se aleja por el pasillo permitiéndole, ofreciéndole en realidad, una fabulosa visión de sus largas piernas sobre sandalias negras, y de sus curvas tentadoras bajo muselina transparente. David nota la garganta seca. Se ha olvidado del partido, de los amigotes y de la cerveza.
Esther entra en el dormitorio en semipenumbra, sólo iluminado por velas que al arder dejan un suave olor a flores silvestres. Desde un rincón le llega la voz seductora de Norah Jones y las cadenciosas notas de su piano. Se para ante la cama y espera. Él llega sin hacer ruido y se detiene a su espalda, posa una mano sobre su cadera, la otra se introduce en su escote dejando un fajo de billetes crujientes que huelen a papel nuevo y tinta fresca. Besa su hombro desnudo y mueve las caderas contra su cuerpo, seductor, mientras comienza a quitarse la chaqueta.
Fundido en negro.
Con el cuerpo satisfecho y la mente en blanco, David se va abandonando poco a poco al sueño reparador que tanto necesita. En la habitación flota el humo dulzón de las velas recién apagadas y al fondo resuenan las últimas notas de un piano. Así soñaba el paraíso.
Esther tarda más en dormirse. Recuerda el fajo de billetes esparcidos por el suelo. Falta le van a hacer mañana, para compensar a los niños por haberlos obligado a dormir en la casa de los abuelos. Bueno, que David lleve al pequeño al cine, o a jugar al fútbol al parque o a esas cosas de padres y chicos; y ella se llevará a la niña de compras, que empieza a hacer buen tiempo y con lo que ha crecido no le va a servir nada de lo del año pasado y...
David apoya un hombro contra el marco de la puerta y decide ser paciente. Quizá se ha adelantado. Comprueba el reloj; no, es la hora acordada. Suspira y se afloja un poco el nudo de la corbata. Piensa en el partido que se está perdiendo, quizá hoy se decida el ganador de la liga. Ahora podía estar en el bar, con los colegas, engullendo cerveza y gritando goles hasta quedar afónico. Inquieto, da dos pasos adelante y atrás, y entonces la puerta se abre y un haz de luz araña sus ojos. Ella lo mira con una sonrisa conocedora y lo invita a entrar agitando su dedo índice. Se da la vuelta y se aleja por el pasillo permitiéndole, ofreciéndole en realidad, una fabulosa visión de sus largas piernas sobre sandalias negras, y de sus curvas tentadoras bajo muselina transparente. David nota la garganta seca. Se ha olvidado del partido, de los amigotes y de la cerveza.
Esther entra en el dormitorio en semipenumbra, sólo iluminado por velas que al arder dejan un suave olor a flores silvestres. Desde un rincón le llega la voz seductora de Norah Jones y las cadenciosas notas de su piano. Se para ante la cama y espera. Él llega sin hacer ruido y se detiene a su espalda, posa una mano sobre su cadera, la otra se introduce en su escote dejando un fajo de billetes crujientes que huelen a papel nuevo y tinta fresca. Besa su hombro desnudo y mueve las caderas contra su cuerpo, seductor, mientras comienza a quitarse la chaqueta.
Fundido en negro.
Con el cuerpo satisfecho y la mente en blanco, David se va abandonando poco a poco al sueño reparador que tanto necesita. En la habitación flota el humo dulzón de las velas recién apagadas y al fondo resuenan las últimas notas de un piano. Así soñaba el paraíso.
Esther tarda más en dormirse. Recuerda el fajo de billetes esparcidos por el suelo. Falta le van a hacer mañana, para compensar a los niños por haberlos obligado a dormir en la casa de los abuelos. Bueno, que David lleve al pequeño al cine, o a jugar al fútbol al parque o a esas cosas de padres y chicos; y ella se llevará a la niña de compras, que empieza a hacer buen tiempo y con lo que ha crecido no le va a servir nada de lo del año pasado y...
No hay comentarios:
Publicar un comentario