Jesús Muñiz González
Finalista Certamen Transporte Público de Madrid 2008
Ir en coche me deprime, por eso prefiero el autobús urbano. Cada viaje en el autobús es una experiencia deliciosa. Te subes, te sientas al fondo y a tu lado, una muchacha luce una gran cola de caballo, brotando como una fuente dorada desde la cinta negra que perfila su rostro. Alta, esbelta, con el cuerpo de una cariátide, lee un libro de poesía, ausente de su entorno. Cuando levanta la cabeza puedo ver sus ojos: claros, limpios, de mirada azul celeste; sus labios: carnosos, cerrados, con el gesto distante de una diosa; sus manos: delgadas, uñas cortas, sin pintar. Es el modelo de un escultor o la protagonista de una novela gótica.
En la parte delantera, mirando hacia mí, una muñequita de cuatro años, graciosa y resabida, con enormes ojos, oscuros, abiertos de par en par, regordeta, con unos mofletes que apetece pellizcar para averiguar si son de verdad, y un gran lazo en su pelo. Su mamá está de pie. En la parada siguiente sube otra mamá con un pillastre. Queda sentado frente a la niña a la que mira de reojo, con la cabeza gacha. Está de espaldas a mí, así que no puedo verle la cara. La niña se sabe observada por aquel mocoso: deshace el lazo y le dice a su mamá que se lo vuelva a hacer, estira la falda, cruza las piernas, con una coquetería deliciosa. Es una escena encantadora. El niño la mira embobado. Su mamá le habla y el solo está pendiente de la niña. Esta parece que lo ignora, pero continúa exhibiéndose: se mira los zapatos, hurga en el bolso de mamá, saca objetos, los vuelve a guardar. Se liberan dos asientos en el fondo y vienen a ocuparlos. El niño se ladea para verla, ella lo mismo; cuando una mira el otro se esconde: un juego de miradas cruzando el pasillo. Finalmente la niña baja del autobús. El la sigue con la mirada, y al perderla de vista, se queda con la cabeza hundida, haciendo pucheros. Su mamá le habla, no le hace ningún caso.
Cuando la mamá y el niño se van, ocupan sus asientos un estudiante y una jovencita que apesta a perfume. La chica es un cromo, embutida en unas botas plateadas de caña alta, hasta las pantorrillas, de tacones descomunales; el trozo de muslo que enseña hasta su breve y ajustada falda de piel lila, es un semáforo en ámbar. Remata el conjunto con chaquetilla torera de borreguillo dorado, sobre un top negro de escote tropical. Debajo de una rizada melena color cobre, oculta su cara embadurnada bajo una espesa capa de maquillaje. Pienso en lo pringosos que serán sus besos.
Cuando el autobús está atiborrado, veo subir a Lila, mi querida Lila, una joven abogada, con una sonrisa que es un don: ¡qué hoyuelos tan graciosos se le forman en las mejillas! Es “un cachito de cielo”. No es la primera vez que nos encontramos a esta hora. El autobús va tan lleno que allá se queda, aprisionada entre la gente. Me ve y me regala una sonrisa. Dialogamos con los ojos.
-¿Vas a la escuela?
-Claro, y tú a casa ¿no?
-Saluda de mi parte.
-¡Que alegría verte!
-Esto va tan lleno.
-¡Qué linda eres!
Sonríe de nuevo
-Gracias.
Es mi parada, le envío un saludo y salto sobre la acera. El autobús se aleja y camino hacia casa. Todos notan que hoy no fui en coche. En la ciudad hay tan poco espacio para compartir que este, del transporte urbano, es para mí un verdadero oasis en el desierto de asfalto.
En la parte delantera, mirando hacia mí, una muñequita de cuatro años, graciosa y resabida, con enormes ojos, oscuros, abiertos de par en par, regordeta, con unos mofletes que apetece pellizcar para averiguar si son de verdad, y un gran lazo en su pelo. Su mamá está de pie. En la parada siguiente sube otra mamá con un pillastre. Queda sentado frente a la niña a la que mira de reojo, con la cabeza gacha. Está de espaldas a mí, así que no puedo verle la cara. La niña se sabe observada por aquel mocoso: deshace el lazo y le dice a su mamá que se lo vuelva a hacer, estira la falda, cruza las piernas, con una coquetería deliciosa. Es una escena encantadora. El niño la mira embobado. Su mamá le habla y el solo está pendiente de la niña. Esta parece que lo ignora, pero continúa exhibiéndose: se mira los zapatos, hurga en el bolso de mamá, saca objetos, los vuelve a guardar. Se liberan dos asientos en el fondo y vienen a ocuparlos. El niño se ladea para verla, ella lo mismo; cuando una mira el otro se esconde: un juego de miradas cruzando el pasillo. Finalmente la niña baja del autobús. El la sigue con la mirada, y al perderla de vista, se queda con la cabeza hundida, haciendo pucheros. Su mamá le habla, no le hace ningún caso.
Cuando la mamá y el niño se van, ocupan sus asientos un estudiante y una jovencita que apesta a perfume. La chica es un cromo, embutida en unas botas plateadas de caña alta, hasta las pantorrillas, de tacones descomunales; el trozo de muslo que enseña hasta su breve y ajustada falda de piel lila, es un semáforo en ámbar. Remata el conjunto con chaquetilla torera de borreguillo dorado, sobre un top negro de escote tropical. Debajo de una rizada melena color cobre, oculta su cara embadurnada bajo una espesa capa de maquillaje. Pienso en lo pringosos que serán sus besos.
Cuando el autobús está atiborrado, veo subir a Lila, mi querida Lila, una joven abogada, con una sonrisa que es un don: ¡qué hoyuelos tan graciosos se le forman en las mejillas! Es “un cachito de cielo”. No es la primera vez que nos encontramos a esta hora. El autobús va tan lleno que allá se queda, aprisionada entre la gente. Me ve y me regala una sonrisa. Dialogamos con los ojos.
-¿Vas a la escuela?
-Claro, y tú a casa ¿no?
-Saluda de mi parte.
-¡Que alegría verte!
-Esto va tan lleno.
-¡Qué linda eres!
Sonríe de nuevo
-Gracias.
Es mi parada, le envío un saludo y salto sobre la acera. El autobús se aleja y camino hacia casa. Todos notan que hoy no fui en coche. En la ciudad hay tan poco espacio para compartir que este, del transporte urbano, es para mí un verdadero oasis en el desierto de asfalto.
3 comentarios:
Preciosa narraciòn, bien merecido ese premio!!
Felices Fiestas al Taller y a su equipo
Saludos
Me encanta la forma en que ha desmenuzado cada detalle, cada gesto...
Es todo un don, escribir así.
Saludos.
Enhorabuena por el premio; no se leen, ni se ven los personajes, tan proximos y reconociblees que se sienten, parecen cuerpo y alma de uno mismo; la ciudad que se escapa de un cuadro.
Saludos
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