El cisne
Rubén Gozalo
Era el patito feo de la empresa. Las chicas nunca se sentían atraídas por mí. En el ascensor podía vislumbrar el peso del rechazo en sus miradas. Me observaban de reojo, como si fuese Frankenstein o un freak de La parada de los monstruos. A veces, pensaba en que si me convirtiera en el último hombre sobre la faz de la tierra dudaba de que alguna quisiese entablar una relación conmigo. Me sentía igual que un estropajo, un desecho humano, un kleneex de usar y tirar. Para que se hagan una idea, yo era el niño a quien nunca elegirían en el patio del recreo para jugar al fútbol o al que las madres jamás desearían como yerno de sus hijas. Sin embargo, desde hace unas semanas algo ha cambiado. No sé si es el peinado, la ropa italiana de diseño o el desodorante. Lo cierto es que todas anhelan estar junto a mí, se mueren por casarse, tener un hijo, una casa o un yate en la Costa del Sol. Yo lo achaco a mi encanto. Mi hermano dice que todo se debe a que me ha tocado el gordo de la lotería primitiva. ¡Qué ingenuo!
1 comentario:
No se consuela el que no quiere, como se suele decir, jaja.
Muy bueno. Tenemos un libro de lujo.
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