Mercedes Martín Alfaya (3º Premio Benalmádena 2005)
Laura fue una niña vivaracha y dulce a la que su abuela enseñó a no pronunciar la "u" cuando llamaba a Miguel y a no comerse las letras cuando gritaba que la luz del baño estaba "fundía".
A su padre le gustaba presumir de hija cuando, a los dos añitos era capaz de distinguir los números que identificaban los autobuses del barrio. Por eso, los domingos por la mañana, en la parada más próxima al kiosco de periódicos, el hombre fingía no identificar el número del transporte para que su retoño se luciera, Papá qué autobús tenemos que coger, El cinco, pero aún es pronto para que venga, Pues ese es el tres, ya falta poco. La gente no podía evitar volver la cabeza ante semejante desparpajo y, Manuel, más ancho que largo, les dirigía una mirada indiferente asumiendo su privilegio, Qué años tiene la cría, Acaba de cumplir dos, pero habla desde los dieciocho meses. Claro que, esa no era la cuestión muchos niños parlotean con esa edad pero pocos se saben la numeración hasta el diez. Sin embargo, lo que peor llevaba el padre era esa especie de lógica innata que fluía de una mente tan diminuta haciendo de cada pregunta una cuestión existencial, Papá si el autobús vale duros y nosotros pagamos el billete, ya mismo es nuestro ¿no?, No, cariño, eso no es así, Por qué no, Porque el autobús no se vende, Entonces de quién es... [...]
A su padre le gustaba presumir de hija cuando, a los dos añitos era capaz de distinguir los números que identificaban los autobuses del barrio. Por eso, los domingos por la mañana, en la parada más próxima al kiosco de periódicos, el hombre fingía no identificar el número del transporte para que su retoño se luciera, Papá qué autobús tenemos que coger, El cinco, pero aún es pronto para que venga, Pues ese es el tres, ya falta poco. La gente no podía evitar volver la cabeza ante semejante desparpajo y, Manuel, más ancho que largo, les dirigía una mirada indiferente asumiendo su privilegio, Qué años tiene la cría, Acaba de cumplir dos, pero habla desde los dieciocho meses. Claro que, esa no era la cuestión muchos niños parlotean con esa edad pero pocos se saben la numeración hasta el diez. Sin embargo, lo que peor llevaba el padre era esa especie de lógica innata que fluía de una mente tan diminuta haciendo de cada pregunta una cuestión existencial, Papá si el autobús vale duros y nosotros pagamos el billete, ya mismo es nuestro ¿no?, No, cariño, eso no es así, Por qué no, Porque el autobús no se vende, Entonces de quién es... [...]
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